Os dejo una versión (bastante libre) en español del poemita que hice hace mil años para un proyecto de literatura infantil y las ilustraciones originales del libro, de Alfred Schmidt.
Christian Winther: La huida a América
Cuando empecé a ir a la escuela
y no era más que un pipiolo,
calcé mis primeras botas
y dejé de usar pololo.
Era un crío testarudo
de ánimo encendido y loco,
tenía la sangre caliente
y cerebro, más bien poco.
Cierto día desdichado
a la hora de comer,
sentí mis puños cerrarse
y las lágrimas correr.
En la escuela saqué un cero
recitando la lección,
y mi madre me riñó
por romper el pantalón.
Rikke, la del panadero,
se burló al verme pasar;
me había hecho un corazón,
pero se lo dio a Gaspar.
”¡No!”, pensé entonces, ”¡ya basta!”,
encendido de coraje.
”Han de pagarlo muy caro
quienes me han hecho este ultraje.
Me marcharé, ¡me iré a América!
Pienso dejarlos perplejos
pues cuando busquen a Peter,
Peter ya estará bien lejos”.
Mi hermano pequeño, Emil,
sorprendido hasta el espanto,
dejó caer su trineo
entre la risa y el llanto
”¡Emil, tú vendrás conmigo!
Los hermanos juntos van.
Buscaremos el consuelo
que en casa ya no nos dan".
El niño alisó su blusa
y miró sus medias rotas.
”¿Dura mucho el viaje, hermano?
¿Se me gastarán las botas?”
"América está más lejos
que el huerto y que el manzanar;
para llegar hasta allí
se ha de atravesar el mar.
Quienes superan el viaje
no lo lamentan jamás
porque allí se les dan tierras
y un buen dinero, además.
Los caballos van herrados
con plata que es gusto verlo.
El oro está por los suelos,
basta agacharse a cogerlo.
Confites y pastelillos,
como lo más natural,
cuelgan de plantas y árboles
y no cuestan un real.
Hay caramelos enormes,
grandes como una granada;
nievan y granizan dulces
y la lluvia es limonada.
La libertad es absoluta,
no hay que hacer nada a hurtadillas:
se puede escupir al suelo
y no apagar las colillas.
Les permiten columpiarse
por la tarde y de mañana,
¡y sólo van a la escuela
el día que tienen gana!”
“De acuerdo entonces, ¡nos vamos!
El viaje está decidido.
Yo tampoco ardo en deseos
de ir a un colegio aburrido”.
Iré por unas rosquillas,
nos vendrán bien, ya verás,
y también la Biblia grande,
¡que es nuestra y de nadie más!”
Volvió con la Biblia a cuestas
y una rosquilla mordida.
Cabizbajos ya pensamos
en la amarga despedida.
El hogar que añoraríamos
cuando fuéramos dos hombres...
Al pronto oímos a madre
llamarnos por nuestros nombres
”¡Emil, Peter! ¿En qué andáis?
Y con la Biblia, ¡que pesa...!
Entrad aprisa, hijos míos.
¡La comida está en la mesa!”.
Olvidado quedó el viaje,
muy confundidos los dos.
De la voz de nuestra madre
nuestros pies fueron en pos.
Mi enojo se apaciguó
y, apenas pasado un rato,
conseguí ahogar mi dolor
en la sopa de un buen plato.
Aquí podéis leer más sobre el autor en inglés: http://en.wikipedia.org/wiki/Christian_Winther
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